Existen dos tipos de personas: las que aman a los gatos (como por ejemplo,
Abraham Lincoln) y las que los detestan (como Napoleón). Ambas clases han
convivido en el mundo desde el Antiguo Egipto, hacia el año 3000 a.C.,
cuando estos animalitos iniciaron su proceso de domesticación. El amor y el
desamor hacia los gatos ha originado todo tipo de supersticiones; sin embargo,
los felinos han salido triunfantes, garantizando su sitio de honor en la humanidad.
Sin lugar a dudas son una raza de supervivientes.
Una de las creencias más arraigadas es que los gatos tienen siete vidas. Creo
que la Sociedad Protectora de Animales estaría en desacuerdo con esta afirmación,
a juzgar por la gran cantidad de gatos callejeros que son maltratados y asesinados
sin piedad. Lo cierto es que esta idea se ha reforzado principalmente por la capacidad
que tienen de caer de grandes alturas, adoptando instintivamente una postura que
amortigua el golpe, aterrizando siempre de pie. Sin embargo, los veterinarios aconsejan
mantener a los mininos alejados de alféizares, barandillas y ventanas, ya que reciben a
diario cientos de gatos con mandíbulas rotas o con lesiones internas, debido a lo que se
conoce como el Síndrome del Gato Paracaidista (¿Habrá sido ésa la inspiración de la
canción El Gato Volador?). Dependiendo de la distancia de la caída, es probable que
no tengan tiempo de hacer la maniobra, resultando en un accidente. No es cierto, no tienen
siete vidas. De hecho, cada año gatuno equivale aproximadamente a seis años humanos,
y el promedio de vida estimado es de quince años (unos noventa años de un hombre, aunque
según el Guinness Record el gato más viejo del mundo vivió treinta y cuatro años).
Remontándonos a los albores de la historia de la humanidad, encontramos referencias
que refuerzan la creencia de la multiplicidad de vidas en los felinos. Los egipcios pensaban
que el alma de un gato alcanzaba la perfección tras reencarnar siete veces y que después
de la séptima se convertía en humano. Los gatos fueron elevados a la categoría de dioses
a raíz de una invasión de ratones que atacó los depósitos de granos y cereales del Nilo, que
sólo pudo ser vencida por estos guerreros “místicos”. En el Antiguo Egipto, la muerte de
un gato era motivo de duelo familiar.
Cuenta Herodoto en los Nueve Libros de la Historia que cuando alguno moría, sus dueños
se rapaban las cejas y su cuerpo era embalsamado, momificado y enterrado junto con pequeños
ratones. Si alguien mataba a un gato era penado con la muerte. La era negra de los gatos
fue sin dudas la Edad Media, hacia mediados del siglo XIII, cuando fueron asociados con la
brujería y quemados vivos masivamente en plazas públicas hasta casi extinguirse. El
aniquilamiento fue tal que, cuando la Peste Negra azotó a Europa, los efectos fueron
dramáticos, porque prácticamente no existían depredadores de ratas. Pero sus habilidades
de cazador y su belleza cautivadora devolvieron el prestigio a los gatos en el siglo XVIII,
por sus aportes en
materia de salubridad.
Hoy, los gatitos viven cómodamente en las casas de sus amos o se pasean con libertad
por las calles de la ciudad. Aún permanece la dualidad con respecto a quienes los aman
o quienes los odian. Lo único que no puede negarse es que estos animales están cargados
de historia y al igual que el resto de las especies merece el respeto de todo ser vivo.
Cuenta una leyenda que un gato se quedó dormido sobre la túnica de Buda y él cortó el
pedazo de tela para irse sin despertarlo. No hace falta llegar a esos extremos, bastará con
tener conciencia e inculcar a nuestros niños el respeto que se merecen todos los animales.
Tambien se cree que si matas a un gato del faraón o matas a todos dentro de unos años
cuando llegue tu fin los gatos volveran a invadir todo. Creencia curiosa,¿no?